La soledad, la oscuridad y el silencio de la selva impresionan. Penetrarlas se consideró aventura temeraria y aun existen bosques sagrados a los que se les rinde culto. Quebrar una rama era pecado y cortar una rama frondosa significaba la muerte repentina o el agarrotamiento de algún miembro.
A las plantas les temimos para luego adorarlas gracias a los licores intoxicantes que de ella se derivaban. Creíamos que la intoxicación nos volvía poderosos y suponiendo que había algo especial y sagrado en tal experiencia, surge de ahí el nombre de «bebidas espirituosas».
A la semilla en crecimiento le teníamos temor y respeto supersticioso. El culto a los árboles es de los más antiguos. Las ceremonias se celebraban bajo los árboles, y cuando una mujer deseaba hijos, se la podía encontrar en el bosque abrazando afectuosamente a un roble robusto. Veneramos muchas plantas y árboles por sus poderes medicinales. Creíamos que todos los efectos químicos se debían a las fuerzas sobrenaturales.
Algunos árboles estaban habitados por espíritus bondadosos; otros, por espíritus engañosos y crueles. La creencia de que el agua o los metales preciosos por debajo de la superficie de la tierra pueden ser detectados por una varilla adivinadora de madera es una reliquia de los antiguos cultos a los árboles. El mayo, el árbol de navidad, y la práctica supersticiosa de tocar madera perpetúan algunas de las antiguas costumbres de adoración a los árboles y algunos de los cultos al árbol más reciente.
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